“Conservar la memoria nos permitirá recordar a esas valerosas personas que enfrentaron a los violentos con el poder de la palabra” (Tomado del proceso, fotomemoria)
El puente Vaho de Anocozca debe su nombre al vapor y la humedad que despide la quebrada que atraviesa; el fenómeno natural se entrelaza con el nombre de la vereda situada en la parte superior “Anocosca”, que nombra también la quebrada, pues así era reconocida la cacica de un pueblo indígena que vivió en ese territorio. Hoy el puente es un paso obligado para entrar o salir de Caicedo.
Por efecto del conflicto armado el puente se convirtió en símbolo de violencia, oscuridad y desasosiego. Las acciones de integrantes de las Farc, como la instalación de retenes, hicieron de este espacio un sinónimo de muerte y un instrumento de miedo.
Fue también el escenario del secuestro del gobernador Guillermo Gaviria Correa y el comisionado de Paz Gilberto Echeverri Mejía, en 2002. Habíamos recorrido 35 kilómetros desde Santa Fe de Antioquia en la marcha por la Noviolencia y la reconciliación, cuando el gobernador y el comisionado fueron abordados por guerrilleros. Los vimos irse pero no regresar.
Hoy volvemos al puente a través de la memoria para reconocer que este es también el lugar donde nacimos como noviolentos. Es el corazón de la Noviolencia, donde emprendimos las caravanas del café en el 2002 y nos movilizamos con el poder de la palabra y la resistencia civil para evitar que los armados se llevaran tres de los camiones cargados con los granos de café; es el espacio donde también resistimos -sin éxito-, en la cuarta caravana del café en el mismo año a que la cosecha nos fuera arrebatada por guerrilleros.
Aquí empezó la dignificación de Caicedo, el pueblo marchante, el pueblo que camina. En este lugar, el 5 de mayo de cada año, para honrarla y celebrarla en lugar de conmemorar la muerte desarrollamos el “día por la vida”. Además hemos comprendido que para avanzar en medio de un pasado que a veces produce miedo y para evitar que el terror se replique, es necesario actuar recordando que la paz se logra actuando en paz y Noviolencia, enseñanzas que nos legaron Guillermo Gaviria Correa y Gilberto Echeverri Mejía.
Las placas conmemorativas del aniversario del asesinato de Guillermo Gaviria Correa, Gilberto Echeverri Mejía y los 8 militares con quien compartían cautiverio, promueven la memoria de nuestro municipio, pero es en sí, nuestro municipio, memoria de resistencia y de vida.
Por: GUILLERMO GAVIRIA CORREA
Antes de partir para la marcha de la Noviolencia y la reconciliación con el municipio de Caicedo
Querido pueblo antioqueño, la confianza que han depositado en mí al elegirme como su gobernador, me compromete a buscar sin descanso los caminos para superar el dolor que la utilización de la violencia y las injusticias le causan a nuestra gente esta búsqueda me ha llevado a la tarea de impulsar una marcha no violenta de reconciliación y solidaridad con Caicedo la marcha está marcada por los propósitos de propiciar la reconciliación entre el pueblo de Caicedo y los subversivos que se han empeñado en la región en utilizar la violencia contra este municipio.
Con este peregrinaje quiero invitarles a que apliquemos la estrategia de la Noviolencia. Muy rápidamente podremos medir de manera objetiva los resultados. La filosofía de la Noviolencia acerca los espíritus, acerca las almas, acerca a los seres humanos y nos permitirá juntos, construir caminos verdaderos de transformación social. El valor está en asumir una opción verdaderamente revolucionaria, una opción de vida y por la vida. La opción de la Noviolencia, no consiste simplemente en decir NO a la violencia, si así fuera acabaría confundiéndose con soportar pasivamente el sufrimiento propio o ajeno de las injusticias y los abusos, es una forma de tratar de superar la violencia, investigando y descubriendo medios cada vez más válidos que se opongan a las injusticias y a las inequidades, sin tener que recurrir a los tradicionales métodos de uso de la fuerza bruta, apoyándose sobre unos principios éticos que permitan reconocer las acciones de paz y convivencia para potenciarlas y, a la par, consigan transformarnos en una sociedad más justa. La Noviolencia no solo debe denunciar y neutralizar todas las formas de violencia directa sino, también, todas las manifestaciones de la violencia estructural, porque con ello no solo construye la paz mediante la justicia y la solidaridad, sino que ayuda también a prevenir futuras formas de violencia, ofreciendo argumentos y modelos de lucha pacífica a aquellos sectores sociales más marginados y sacrificados por los desequilibrios de poder y los desajustes sistémicos.
Hay un documento que resalta la trascendencia de la Noviolencia, con enorme autoridad pues está suscrito por 20 personas, a quienes el mundo ha reconocido sus méritos al otorgarles el premio Nobel de la paz en los últimos 25 años. Ese documento convoca a los líderes del mundo entero a suscribir su compromiso con la Noviolencia y busca impulsar su difusión como vehículo de transformación de la violenta realidad en medio de la cual se desarrollan las vidas de muchos millones de niños y niñas en el mundo. Esta circunstancia particularmente cruel en nuestra patria.
Espero que estas breves razones puedan explicar de manera suficiente las motivaciones que me han llevado a adelantar esta marcha. Si están leyendo eso seguramente obedecerá a que los actores armados no alcanzaron a escuchar o entender el mensaje que hemos querido compartir con ellos y el desenlace de esa marcha no ha sido el que yo esperaba de todo corazón. En este caso les ruego a quienes me sucedan y a todos y todas ustedes que no desfallezcan en el propósito de abrir sus corazones a la Noviolencia.
Mi voluntad por lo tanto, en caso de un secuestro, es que el país no acepte hacer ningún tipo de concesión como contraprestación a mis captores por mi liberación. La única razón que puede mediar para mi liberación, la única que ya estaría dispuesto a aceptar, es que finalmente mis captores entiendan el derecho inalienable a la libertad que todos los seres humanos tenemos. Durante mi ausencia temporal, deberá asumir la Gobernación como encargado el doctor Eugenio Prieto Soto.
Si no estoy cautivo sino que ha sido asesinado, mi espíritu estará rogando por la paz de Colombia. En este caso confío en que Aníbal mi hermano, pueda retomar las banderas que he venido impulsando para contribuir a la construcción de una ANTIOQUIA NUEVA.
Dios bendiga al pueblo antioqueño.
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Por: GILBERTO ECHEVERRI MEJÍA
El municipio de Caicedo está adherido a la cordillera occidental en el suroeste del departamento. Ha sido tomado por la guerrilla en varias ocasiones y ante el bloqueo de ésta para impedir la salida del café, se decidió con el gobernador realizar desde Medellín una marcha a pie para pedir a las Farc el respeto a la sociedad civil y el derecho de ésta a trabajar, movilizarse y a ganarse la vida.
La marcha a pie salió desde la Catedral Metropolitana de Medellín; el Gobernador, su esposa, y centenares de personas, el miércoles 1 7 de abril, marcharon hasta el túnel. El 18 llegó a San Jerónimo, el 19 a Sopetrán, el 20 a Santa Fe de Antioquia. En ese momento ya era un hecho político que el país seguía por prensa, radio y televisión. Yo no acompañé la marcha en esos días; mi edad y estado físico no me lo permitían, y así se lo dije al Gobernador. En verdad, el recorrido a pie era un reto incluso para cualquiera que fuera joven y deportista.
El sábado 20 viajé a Santa Fe de Antioquia. A las 12.30 del día estuve a punto de regresarme de Palmitas, al recibir una llamada de Marta Inés al celular en la cual me informó sobre su madre, quien se había caído y roto la cadera. Yo le ofrecí regresar de inmediato y le recomendé llamar al doctor Juan Guillermo Sanín, el ortopedista. Ella me dijo que me mantendría informado por el teléfono sobre el desarrollo de los acontecimientos. Llegué a Sopetrán, me uní a la marcha con una profunda angustia. Durante muchos años había pensado cómo podría responder a Marta Inés positivamente sí su madre moría estando yo aún vivo. En todo momento tuve claridad sobre lo que doña Anita representaba para mi esposa, única mujer en la prole, y 60 años a su lado. Hija excelente, amiga permanente, confidente de toda clase de asuntos, compartidora de angustias y sueños; en verdad eran dos personas, pero espiritualmente se comportaban como una sola.
Durante toda la tarde estuve pendiente del desenvolvimiento de los acontecimientos. Era una lucha interior, porque tenía que enfrentar dos deberes diferentes: estar al lado de mi esposa en un momento difícil -muy-y trascendente; o llegar con la marcha a Caicedo el domingo 21, por ser ella un esfuerzo social de la Noviolencia en el cual se ponían en juego dos tendencias, dos posiciones, dos caminos, y que sus efectos podían salvar muchas vidas de campesinos y población civil. El médico me recomendó quedarme con la marcha, por el buen resultado de la operación. Me prometieron que cualquier cambio en el estado de salud me lo reportarían vía celular.
Creo que debo registrar en este relato mi percepción (muy personal) sobre cómo fui recibido en la marcha. Llegué acompañado de la arquitecta Alicia Betancur, funcionaria de Planeación Departamental, y quien ha colaborado permanentemente en el Planea. Ella me solicitó transporte a Santa Fe de Antioquia para unirse a la marcha en los dos últimos días. Encontramos la marcha detenida en una finca antes de llegar al Puente de Occidente. Habían parado para tomar el refrigerio. Entré, saludé a varias personas, después a Yolanda y a Guillermo. Él se levantó para ir a alguna parte en ese momento, me dio la mano, no me dijo una sola palabra, ni me miró. En verdad, fue un recibimiento «destemplado». Me senté a un lado del sitio, se me ofreció almuerzo, que no acepté. Después de permanecer media hora sin cruzar una palabra con nadie, me sentí un extraño, y decidí partir para Santa Fe, vía Puente de Occidente. El carro que tenía era el de Juan Manuel Restrepo, Secretario de Gobierno. Había partido adelante, por lo tanto, tenía que encontrarlo en la ruta. Al cruzar el Río Cauca le vi parqueado al lado de la carretera. Esperamos una hora a que la marcha llegara y cruzara el río. Entonces, nos dirigimos a la Plaza para mirar cómo estaba preparada la llegada.
Por el celular conversé con el Alcalde de Caicedo y con un concejal de ese municipio, quien nos había prestado ayuda importante para conversar con Elías, el segundo hombre de las Farc en ese sitio. Desde el principio de la semana recibimos información de diferentes personas, quienes nos informaron de la decisión del Paisa, responsable de las Farc en esa región, de no permitir el paso de la marcha por el puente de Vaho. El gobernador Gaviria, quien no quería que la marcha fuera protegida por la fuerza pública, había entregado con anticipación al Comandante de la Cuarta Brigada una solicitud (¿una orden?) escrita, en la cual notificaba que no aceptaba ninguna forma de protección porque se desvirtuaba el sentido de la Noviolencia. El general Mario Montoya, con voz serena, trató de obtener un cambio de actitud, expresó sus argumentos, pero el Gobernador no cambió de opinión.
(Retomo la conversación con el Alcalde). Él me contó que las Farc seguían en actitud negativa con respecto a la marcha, y me puso en conversación telefónica con el Secretario de Agricultura del Departamento, quien había llegado en helicóptero enviado por el Gobernador para insistir ante el Paisa que no presentara oposición a la marcha. El Secretario, Sergio Trujillo, me informó de sus conversaciones con el Paisa y de la protesta de éste por la presencia de tropas y policías cercanas al sitio del puente, contraria a los anuncios del Gobernador. Me informó que al amanecer del domingo se tenía prevista una comunicación en la cual se discutiría el tema de nuevo. Le comenté que las tropas ya estaban retirándose del área, lo mismo que la policía, hecho que se dio a las cinco de la tarde.
El Secretario regresó a Santa Fe a las seis de la tarde en helicóptero. Yo me fui a la entrada de la marcha a la ciudad. En verdad, ésta ya había adquirido una gran dimensión, porque a las más de 1.500 personas que venían caminando desde Sopetrán, se unía la gente de la población con mucho entusiasmo. Le informé al Gobernador del resultado de las conversaciones con el Paisa y del compromiso de conversar por celular a las siete de la noche del domingo. La marcha llegó a la Plaza principal de la ciudad. Se tenía frente al local de la Alcaldía una plataforma desde la cual se dirigió Guillermo Gaviria a la multitud. El acto terminó un poco después de las siete de la noche.
El doctor Diego Gaviria, quien tiene una bella casa colonial, me invitó a pasar la noche en su casa. También invitó a su colega Isabel Cristina Castro, mi asistente, y al conductor del vehículo del Secretario de Gobierno. A las ocho de la noche recibí llamada del Gobernador para que nos reuniéramos en la casa donde él estaba alojado, para hacer una evaluación de la situación.
El doctor Sanín me informó del estado de salud de doña Anita y me tranquilizó. En estas condiciones, me reuní con el Gobernador, su esposa Yolanda, Sergio Trujillo, y otras personas. Allí reiteré mi comentario sobre la marcha, que ya lo había hecho a Juan Camilo Jaramillo, el asesor de comunicaciones. “Es un hecho político”, afirmé. Todos estábamos optimistas y entusiasmados, porque algo importante para la paz del Departamento se estaba construyendo. En esa reunión, Guillermo era de nuevo la persona amable y especial conmigo, hecho que eliminó las “telarañas” y dudas nacidas del saludo displicente del medio día. Después de discutir aspectos sobre la conversación telefónica prevista para el amanecer, regresé a la residencia del médico Diego Gaviria. El, como siempre, se comportó de manera muy especial. Con su esposa, y una señora amiga, charlamos hasta media noche. Me retiré a dormir, pensé muchas veces en regresar a Medellín para estar al lado de Marta Inés y trasladé la decisión para el otro día, después de la charla telefónica con el Paisa.
El domingo 21 nos encontramos en la Alcaldía de Santa Fe de Antioquia con el Gobernador, su esposa, Sergio Trujillo, y el alcalde de ese municipio. El Secretario de Agricultura llamó al celular del Paisa, quien de inmediato contestó. Conversó con Sergio y el Gobernador, quedaron de encontrarse en el puente de Vaho para explicarle qué era la Noviolencia. Más aún, se le invitó a que llegara a la Plaza de Caicedo conjuntamente con la marcha. El Gobernador le dijo que le llevaría sánduches para el almuerzo con el fin de hacer del “encuentro” algo muy agradable. Se le dio el número de mi celular para mantenemos en comunicación.
Dos o tres horas más tarde, y por el largo recorrido, la caravana realizó un trayecto en bus. Es bueno decir que fue el único tramo en donde el transporte a motor fue incluido. Todos los marchistas estaban contentos y optimistas. Se detuvo la caravana en dos o tres ocasiones para recoger campesinos, quienes querían acompañarnos. Aproximadamente a las dos de la tarde, y ya en las cercanías del puente, descendimos de los buses y continuamos a pie en un tramo de dos kilómetros aproximadamente.
Yo marché delante de la caravana, con el fin de observar en el terreno cómo era la situación. Los periodistas en sus vehículos llegaron primero al puente, allí encontré cuatro o cinco guerrilleros a un lado, taponando un camino que conducía a unas veredas de Caicedo. Les pregunté por el Paisa y en ese momento vi a una persona cuya descripción coincidía con la que tenía de Elías. Me autorizaron pasar y con muy pocas palabras, explicaron que el Comandante se encontraba cerca. Me preguntó por el Gobernador y le comenté que venía bajando con la caravana.
Después de verlo conversar con su jefe por radio teléfono, regresé al puente en donde se me informó de la situación que tenían el Arzobispo de Santa Fe de Antioquia, el Obispo de Santa Rosa de Osos y el Obispo Auxiliar y representante del Arzobispo de Medellín, quienes venían de Caicedo, pero a un kilómetro del puente (en dirección contraria a la caravana) fueron detenidos por un retén de la guerrilla. Solicité a una periodista de Teleantioquia el favor de ir en su carro hasta el sitio en donde ellos se encontraban y traerlos hasta el puente. Unos minutos más tarde regresó muy asustada porque los guerrilleros la amenazaron con sus fusiles. Conversé de nuevo con Elías y él, vía radio, informó sobre la situación al Paisa, quien directamente autorizó la llegada de los Obispos hasta el puente. Después de algunas palabras, fuimos todos al sitio en el cual estaba Elías. Se le explicó quiénes eran, se pidió que el Paisa debía venir para la reunión en el puente. El Gobernador llegó hasta el sitio acompañado por Bernard Lafayette y el padre Carlos Yepes (capellán de la Gobernación), y durante un rato, por intermedio de Elías, conversó con el jefe de éste. Mientras tanto, yo fui al Puente, charlé con Aníbal Gaviria, le comenté que no me gustaba lo que ocurría, que no veía clara la ausencia del Paisa. En fin, le di a entender mi preocupación con lo que ocurría. Además, porque el Gobernador solicitó dos vehículos para subir al sitio en el cual se reuniría con el comandante de las Farc.
Cuando llegó el primer campero, Guillermo tomó el comando del vehículo y con algunos de los obispos se dispuso a subir al nuevo sitio de reunión. Cuando el segundo vehículo llegó al puente, subí a él y llegué al lugar en donde Guillermo me esperaba. Elías subió al campero en el cual yo viajaba. Zalo, el hombre de prensa, quería subir. Yo le dije: «No se suba, éste es un secuestro». Él me miró y se retiró del carro. Nota: es bueno recordar que en la marcha venían el doctor Lafayette (quién también viajó en el campero que conducía Guillermo), el doctor Paige, una señora de Hawái y otros extranjeros de las diferentes organizaciones de la Noviolencia.
Con Guillermo al timón del primer campero, además de dos de los obispos, viajaron el doctor Bernard Lafayette y el padre Yepes de la Gobernación. Conmigo viajó el Obispo Auxiliar de Medellín, un sacerdote de la diócesis de Santa Fe de Antioquia, el guerrillero Elías, y el chofer de la Secretaría General de la Gobernación.
Meses después le pregunté a Guillermo por qué había subido a la entrevista, en vez de insistir en hacerla en el Puente, como estaba prevista. Él me dijo que no había hablado con el Paisa; que todas las conversaciones por el walkie talkie fueron entre éste y Elías, que le informaron que era cerquita, que en realidad ya le dio miedo porque si nos iban a secuestrar lo habrían hecho por la fuerza, en medio de tanta gente, y se podrían producir muertos y heridos.
Subimos por la cordillera hacia el occidente unos veinte minutos, por un camino estrecho, en cascajo, con algunos pequeños puentes muy malos. Al final llegamos a un cambuche en donde nos dieron gaseosa, galletas y colombinas. Eran un poco más de las cinco de la tarde.
Les dije a los obispos, esto es un secuestro. Ellos dijeron «ni riesgos». Un momento después nos separaron al doctor Lafayette, a Guillermo, al Padre de Santa Fe de Antioquia y a mí. El padre Yepes pidió cambio por el otro sacerdote, ellos lo aceptaron. El doctor Lafayette informó que él era diabético, que tenía que tomar medicina, que tenía 70 años. Ellos consultaron por un radioteléfono y aceptaron que no siguiera.
Guillermo, el padre Yepes y yo, caminamos un poco con algunos guerrilleros. Trajeron tres mulas y aproximadamente a las 6.15 de la tarde iniciamos la marcha para cruzar la cordillera occidental en dirección al corregimiento de Encarnación, en Urrao, sitio al cual llegamos un poco antes de las nueve de la mañana.
Esta primera noche fue muy dura, casi quince horas en mula; ascendimos por quebradas que caían de lo alto de la montaña, por lechos µe rocas medianas y grandes, la luna nos acompañó hasta las dos de la mañana aproximadamente. Al lado de cada uno de nosotros teníamos unos guerrilleros muy jóvenes con gran capacidad para arriar las mulas, con una resistencia increíble. No mostraron cansancio, ni fatiga. A mi lado iba un jefe, alisas El Bueno. Ascendimos hasta las dos de la mañana y en ese momento iniciamos un descenso muy largo. Mi mula y mis dos arrieros funcionaron a la perfección, actuaron con mucha seguridad, claro que en unos canalones de gran profundidad estuve a punto de golpearme la cabeza con ramas y troncos que salían perpendiculares al camino y no se veían. Pude perder también los ojos. El ángel de mi guarda se comportó muy bien esa noche y estoy seguro de que será igual durante toda la retención. El cruce de la cordillera fue muy duro. Quince horas en mula con un frío tremendo. Creo que pasamos de los 3.000 metros de altura. Me defendí porque el Obispo Jairo Jaramillo me prestó ¿regaló? su saco de paño.
Con el alma partida por el dolor y la tristeza, percibiendo el secuestro, aunque nunca medí y creo que Guillermo tampoco, la duración de éste. Tenía rabia por no oponerme con fuerza a cambiar el sitio de la reunión, por no estar acompañando a Marta Inés en su delicado problema; pero al mismo tiempo, me ilusionaba porque tendría la oportunidad de conversar con los comandantes del bloque José María Córdova y, en mi ingenuidad, también con los jefes del secretariado, sobre la Noviolencia, el Plan Congruente, el Planea. Creía que ese esfuerzo se justificaba por las ideas, aportes y propuestas para construir un país más justo que propondríamos a esos comandantes. Hoy, casi once meses después, nada se ha hecho, y yo ni las discuto con Guillermo, uno se convierte en una nulidad, se olvida de todo, no se concentra, lo único que piensa es ¿Cuándo saldremos? ¿Sí saldré? ¿No me enfermaré? ¿Marta Inés y mis hijos podrán salir bien librados de esta situación? ¿Qué será de ellos si muero?
Regreso a la primera noche en la cordillera occidental. En algunos momentos soñaba, en otros pensaba, durante éstos regresaba a los instantes anteriores al secuestro. Trataré de profundizar un poco sobre estos momentos. Mientras estaba con Aníbal Gaviria en el puente y le expresaba mis dudas sobre la reunión y por qué el Paisa no llegaba a ella, sentí en el fondo del alma la necesidad de seguir adelante. Mi experiencia, mí malicia, mí sentido de la vida, me sacaban una especie de «tarjeta amarilla», pero todas esas señales no tenían la fuerza para quedarme en el puente con Aníbal.
Otra fuerza me decía que mí deber era estar al lado del Gobernador y los obispos, que si no estaba pronto al lado de ellos, la reunión podría fracasar, y eso sería un crimen contra la gente de Caicedo, los marchistas nacionales y extranjeros, contra Antioquia, contra el país; en fin, contra la paz.
La situación de doña Anita y Marta Inés también ejercía presión. En verdad, eran demasiadas variables diferentes las que actuaban al mismo tiempo sobre mí mente y mi corazón. De repente, llegó el segundo campero al puente; en un instante lo había abordado y ordené al conductor: «Es hasta el sitio en donde se encuentran Guillermo, los obispos y los dos sacerdotes». Yo no era consciente de lo que hacía, una fuerza diferente a mi yo me empujaba para que siguiera. Nunca tendré respuesta clara, ni siquiera sé hoy, al escribir esto, si algún día regresaré, y si al regresar nuestro esfuerzo tendrá algún significado trascendente; como nunca tendré certeza si mi decisión de subir al campero fue algo definido por mi voluntad o existió otra fuerza que me impulsó.
Esa noche pensé en la furia de los funcionarios del gobierno quienes, como Camilo Gómez, dirían a La opinión que era un acto producto de nuestra irresponsabilidad. Después, el presidente Pastrana y el señor Gómez lo afirmaron por radio y televisión. También muchas personas en privado dirían «dieron papaya». Algunos con perfidia y mala leche. En fin, el qué dirán o qué dijeron, ya no cuenta. El hecho real y concreto es: estamos retenidos, no tenemos libertad para movernos fuera del campamento, no tenemos opción para gestionar nuestra salida del cautiverio, somos sujetos de canje, según la definición que a nuestra retención le dieron las Farc.
En cartas enviadas a mi esposa, hijos y nietos, les he dicho: en veinte años los nietos podrán entender que me sometí a este tormento, a este sacrificio, para dar mi contribución destinada a construir un nuevo país: más justo, equitativo, incluyente, en el cual podemos vivir 50 ó 100 millones de colombianos.
Durante los primeros meses, y ante la carencia de papel y lápiz, decidimos Guillermo y yo hacer una especie de diario sobre nuestra experiencia. En hojitas de papel partidas en tres columnas. Guillo escribía temas dictados a dos voces, eran pequeños párrafos casi comprimidos sobre nuestra experiencia. A Marta Inés le he pedido que reclame a Yolanda una fotocopia de la correspondencia, los correspondientes al período entre el 21 de abril y mediados de junio, cuando nos encontramos con el grupo de once militares retenidos desde tiempo atrás. En la remesa que se envió a principios de febrero de este año, mandé dos cuadernos que cubren desde junio hasta el final de enero. Esos cuadernos y las cartas que también he enviado, se conjugan y complementan.
Muchos esperan que en la situación en la cual me encuentro, al tener prácticamente todo el tiempo libre, puedo escribir un libro pendiente, pero esa oferta que he repetido varias veces no es posible por: (1) No tengo documentos de soporte, (2) el estar cautivo genera formas de estrés diferentes: de tristeza, de angustia, de rabia por la impotencia, de frustración y de desesperanza. Uno pierde el horizonte para abarcar conceptualmente un proyecto. Por lo tanto, es muy difícil asumir ese reto.
A pesar de lo anterior, tomé el riesgo y me atreví a escribir un ensayo sobre educación. En la remesa de febrero lo envié, en verdad, es sólo parte del trabajo, el resto le pedí a Beatriz Restrepo Gallego que con el equipo del Planea lo tratara de completar. En verdad, no tengo criterio para calificarlo ni de bueno ni de malo, ese es el efecto estrés que gravita sobre mi mente.
El estrés me produce una especie de falta de coordinación, veo fragmentos de lo que pienso, pero no lo puedo unir, permítanme un símil: con un basurero en el espacio, pedazos de cohete que giran alrededor de un sol, mezclados con pedazos de rocas celestes, todos van girando y trasladándose, pero no se juntan, ni se chocan, ni nada, sólo van por el espacio. Como no sé cuándo saldré de esta situación tengo por ahora que corregir y ampliar un pequeño ensayo sobre la sociedad civil, la paz y la historia; en síntesis, de la violencia en Colombia. Después, cualquier cosa puede suceder.
Entre las ansias y las angustias de cada día, antes y después de las emisiones de radio, que normalmente nos traen mensajes de nuestras familias y noticias sobre todo lo que ocurre en el país y en el mundo, todo mirado con nuestra óptica interesada sobre el acuerdo humanitario, sentimos como individuos y como colectivo: alegría, tristeza, esperanzas, melancolías, rabias y silencios profundos. Encerrados en la caleta de cada uno, cubiertos con el toldillo, soltando lágrimas del alma, aquellas que unas veces brotan por los lagrimales, pero en la mayoría de los casos secan el espíritu, lo doblegan, lo estrujan, ponen a prueba las resistencias más íntimas de un hombre, cuando él cree que hasta allí llega todo. Pasa un tiempo, el espíritu positivo ha ganado otra batalla más, arranca la construcción de otra esperanza, de una nueva oportunidad ¿Cuántas batallas tendrá que ganar nuestro espíritu para llegar al triunfo final? ¿Nuestra salud resistirá?
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El siguiente archivo de prensa fue facilitado por el periódico El Mundo, para documentar todo lo sucedido en torno a la Noviolencia y la marcha de la Noviolencia en el año 2002. A continuación encontrarás las publicaciones especiales de El Mundo entre el 20 de abril de 2002, hasta el 28 de abril del mismo año.
Este e-book comienza con la recopilación de las publicaciones que el Periódico EL MUNDO hizo para acompañar la Marcha de la Noviolencia y reconciliación con Caicedo, como una de las iniciativas pedagógicas en el camino de la Noviolencia trazado por el ingeniero-gobernador Guillermo Gaviria Correa, en compañía de su asesor de paz, Gilberto Echeverri Mejía.
Las voces de los reporteros pasan del tono jubiloso a la angustia, cuando en el puente de El Vaho, a 5 kilómetros de culminar la marcha, los caminantes son detenidos y sus líderes se enfrentan al reto de probar si el discurso de la Noviolencia, personificado en ellos, podría llegar a conmover a uno de los actores más perversos de la violencia en Colombia; la guerrilla de las Farc, sus secuestradores.
Transcurre un año y las publicaciones van dejando plasmados los clamores de un pueblo que espera el retorno de sus gobernantes y una señal de humanidad de parte de sus captores.
Los relatos se tornan en llanto al tener que registrar la masacre que convierte en mártires a los cautivos, constata la irracionalidad de las Farc y deja a un pueblo dividido entre la esperanza de seguir buscando la paz por el camino de la Noviolencia, o tomar la paradójica senda de la guerra para alcanzarla.
Pasan los años, y el ojo periodístico sobre lo acontecido se concentra tanto en los avances de la investigación penal de la masacre, que termina por dictar sentencia condenatoria contra el Secretariado de las Farc (Verdad y Justicia), como en los caminantes noviolentos que siguen enarbolando las blancas banderas de sus líderes inmolados (Legado).
Es en estas últimas publicaciones cuando va emergiendo el pueblo de Caicedo, sus gobernantes, sus jóvenes, sus sacerdotes, sus campesinos, como el más auténtico y conmovedor ejemplo de vida de ese legado. Con su búsqueda de otras alternativas para solucionar la violencia que los asediaba como a pocos, las bellas gentes de Caicedo honran la memoria y expresan su gratitud a quienes entregaron sus vidas por ese mismo ideal.
Bien sabían Guillermo y Gilberto que trazar caminos y emprenderlos, no es garantía de terminarlos. Pero ellos nunca dejaron de caminar, y al cruzar el puente de El Vaho y acceder a tomar el difícil camino de enfrentar con la fuerza del amor y la razón a los violentos, lo que hicieron fue precisamente no desviarse de esa senda. Es por eso que ese puente sobre las aguas del Anocosca se convierte en la gran metáfora: muchos, casi todos, nos quedamos sin cruzarlo. Ellos y con ellos muchos en Caicedo, decidieron avanzar.
Desde el secuestro, Guillermo escribió una carta a nuestro padre, en la que le decía: “Solemos querer lograr transformaciones sociales en meses, cuando ellas requieren generaciones y además un poco de, o mucha suerte. Yo sé, Padre, que sembrar y promover una forma tan exigente de entender nuestro papel en la sociedad constituye un reto que demandará el compromiso de una vida, y también sé que en Colombia hay mucha gente, entre nuestros “dirigentes”, que creen que “somos demasiado violentos” para lograr que las ideas que han promovido personajes como Gandhi, Luther King y el mismo Jesucristo penetren en nuestro modo de pensar y modifiquen nuestra forma de actuar, de enfrentar injusticias, problemas y la propia violencia. Llámese terquedad, yo prefiero pensar que es perseverancia; continúo pensando que más temprano que tarde el pueblo antioqueño y por qué no, Colombia, van a buscar el apoyo que ofrece la Noviolencia”.
Truncada esa perseverancia, nuestros dos líderes no alcanzaron a imprimirle toda la fuerza a una visión que ellos ya tenían con una claridad absoluta. De allí el gran dolor por su ausencia. Muy diferente sería el presente si su capacidad de aportar ideas y obras se hubiese respetado. Bien podemos imaginarlo con el siguiente pasaje también escrito desde el cautiverio por Gilberto: “Cumplimos un año de retención. El país sigue (en su mayoría) sin entender qué ocurre, por qué ocurren las cosas que pasan; su dirigencia sigue “ausente de las realidades”; Guillermo y yo hemos sobrevivido en unas condiciones para las cuales no estábamos preparados, hemos aprendido muchas cosas sobre el país, la gente, y nosotros. En verdad no somos los mismos (…) soy menos egoísta, más positivo, más humano, mi capacidad para conceder es más amplia y menos condicionada.”
Corresponde entonces a quienes compartimos con ellos esta visión, cruzar de una vez por todas El Vaho y continuar la marcha, pero cada vez más unidos. Encontrar a otros compañeros de viaje es difícil, pero no imposible. En esta perspectiva, quisiera resaltar el invaluable aporte que Caicedo, con el apoyo del Centro Nacional de Memoria Histórica, hacen con este sitio web al movimiento de la Noviolencia en Colombia.
Irene Gaviria Correa.
En este proceso, con el apoyo del Centro Nacional de Memoria Histórica, construimos nuestra comprensión sobre la Noviolencia para poder compartirla
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